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De acuerdo a actas de Santa Lucía, cuyos padres eran nobles y ricos, había nacido en Siracusa de Sicilia. La niña fue educada en la fé cristiana, perdió a su padre durante la infancia y se consagro a Dios desde muy joven, sin embargo mantuvo en secreto su voto de virginidad, de suerte que su madre la exhortó a contraer matrimonio con un joven pagano. Lucía persuadió a su madre de que fuese a Catania a orar ante la tumba de Santa Agata para obtener la curación de unas hemorragias. Ella misma acompaño a su madre y Dios escucho sus oraciones. Entonces la Santa dijo a su madre que deseaba congregarse a Dios. La madre le dio permiso de hacer lo que quisiese. El pretendiente de Lucía se indigno profundamente y delató a la joven como cristiana ante el gobernador. La persecución de Diocreciano estaba entonces en todo su furor. Como Lucía no cediese, el gobernador la condenó a perder su virginidad en una casa de prostitución. Pero Dios impidió que los guardias pudieran mover a la joven del sitio en que se hallaba.

Entonces los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron, finalmente la decapitaron.

En la edad media se invocaba a la Santa contra las enfermedades de los ojos, probablemente porque su nombre está relacionado con la luz. Esto dio origen a varias leyendas como la del tirano que mandó a los que le sacaron los ojos y de la que ella misma se los arranco para entregarle a un pretendiente inoportuno que estaba prendado de su belleza. En ambos casos cuenta la leyenda que Lucía recobró la vista y que sus ojos eran más hermosos que antes.

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